domingo, 13 de noviembre de 2011


EL PUENTE DE LOS BERGANTINES

Las dos frases o leyendas que podemos encontrar en este sitio son las siguientes:
-          “Puente de los bergantines donde Cortés boto las naves para la toma de la capital azteca”
-          “En un atardecer texcocano… se hundió para siempre detrás de las montañas el quinto sol de los mexicas”
¿Qué fue lo que realmente pasó aquí?
Ya en los preparativos para la gran guerra lacustre, Ixtlixochitl, rey de de Texcoco impuesto por Cortés, ordenó juntar todas las canoas disponibles en la población, de las que parte de ellas se dispuso acompañaran a los bergantines y otras se dedicaran al transporte de bastimentos y otras cosas necesarias para el ejército…”
El 9 de abril de 1521 se decide iniciar el sitio a Tenochtitlán, pero no sólo por quedarse con los tesoros: Cortés emprende la ofensiva final para terminar con la idolatría y fincar el cristianismo. Terminado el trabajo de diseño de las naves, miles de indios transportan las piezas desde el territorio de Tlaxcala hasta el lago central del valle: una hilera que abarca los diez kilómetros de longitud es una sola columna que marcha hacia la orgullosa ciudad de los mexicas. A la orilla del lago de Texcoco se excava una zanja para que el día 28 del mismo mes y tras una misa, tenga lugar la ceremonia para botar trece bergantines, los cuales previamente Cortés ordenó se llenaran de armas y provisiones.
“…Ixtlixochitl había logrado que el pueblo de Texcoco, hermano de raza de los mexicas y anteriormente de ideología y de armas, se volviera contra los tenochcas y marchara del lado de los iberos hacia la destrucción de su propia cultura, se había creado, además una flota de diez y siete mil canoas guerreras que acometerían en contra de Tenochtitlán (Sahagún)…”
El capitán español quería evitar la barbarie y se entrevista con el emperador Cuauhtémoc, pero el mexica es orgulloso y confía en que su pueblo defenderá su ciudad. Los mexicas se han quedado solos, tienen en su contra no sólo a los españoles sino a un ejército formado por los nuevos aliados que, según las crónicas, llegan a sumar el medio millón de combatientes. Los cañones braman y las bombardas merman a los pobladores y a los edificios. ¿Te rindes? No. A la carga. Caballos, perros, culebrinas, falconetes, ballestas, arcabuces, mosquetes, espadas, puñales, dagas y lanzas; contra arcos, flechas, macanas, porras y lanzaderas.

Tenochtitlán pierde el mínimo necesario para soportar el asedio; los pueblos que le proveían comida ahora son parte de sus enemigos y el acueducto que va de Chapultepec hasta la ciudad, único surtidor de agua dulce, es destruido. En las noches, cada vez son menos las canoas que llegan con bastimentos miserables: agua potable, quelites, capulines, tortillas y tunas. Sahagún narra: “bebían del agua salada y hedionda, comían ratones y lagartijas, y cortezas de árboles, y otras cosas comestibles y de esta causa enfermaron y murieron muchos”.
Cortés sabe que está destruyendo lo que él mismo llegó a jurar como la ciudad más hermosa del mundo, o al menos de su mundo antes visto.
El barrio de Tlatelolco es el último reducto. El 12 de agosto, al mando de Pedro de Alvarado, se origina una masacre, era casi imposible dar un paso sin pisar cadáveres y cuerpos despedazados. A pesar de la hecatombe la artillería sigue disparando y los soldados destrozan a los habitantes. Cortés escribe: <>.
Concluye el mundo de los antiguos mexicanos. Inicia Nueva España.

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