EL PUENTE DE LOS
BERGANTINES
Las dos frases o leyendas que podemos encontrar en este sitio son las
siguientes:
-
“Puente de los bergantines donde
Cortés boto las naves para la toma de la capital azteca”
-
“En un atardecer texcocano… se
hundió para siempre detrás de las montañas el quinto sol de los mexicas”
¿Qué fue lo que realmente pasó aquí?
“Ya en los preparativos para la gran guerra lacustre, Ixtlixochitl, rey
de de Texcoco impuesto por Cortés, ordenó juntar todas las canoas disponibles
en la población, de las que parte de ellas se dispuso acompañaran a los
bergantines y otras se dedicaran al transporte de bastimentos y otras cosas
necesarias para el ejército…”
El 9 de abril de 1521 se decide iniciar el sitio a
Tenochtitlán, pero no sólo por quedarse con los tesoros: Cortés emprende la
ofensiva final para terminar con la idolatría y fincar el cristianismo.
Terminado el trabajo de diseño de las naves, miles de indios transportan las
piezas desde el territorio de Tlaxcala hasta el lago central del valle: una
hilera que abarca los diez kilómetros de longitud es una sola columna que
marcha hacia la orgullosa ciudad de los mexicas. A la orilla del lago de
Texcoco se excava una zanja para que el día 28 del mismo mes y tras una misa,
tenga lugar la ceremonia para botar trece bergantines, los cuales previamente
Cortés ordenó se llenaran de armas y provisiones.
“…Ixtlixochitl
había logrado que el pueblo de Texcoco, hermano de raza de los mexicas y
anteriormente de ideología y de armas, se volviera contra los tenochcas y
marchara del lado de los iberos hacia la destrucción de su propia cultura, se
había creado, además una flota de diez y siete mil canoas guerreras que
acometerían en contra de Tenochtitlán (Sahagún)…”
El capitán español quería evitar la barbarie y se entrevista
con el emperador Cuauhtémoc, pero el mexica es orgulloso y confía en que su
pueblo defenderá su ciudad. Los mexicas se han quedado solos, tienen en su
contra no sólo a los españoles sino a un ejército formado por los nuevos
aliados que, según las crónicas, llegan a sumar el medio millón de
combatientes. Los cañones braman y las bombardas merman a los pobladores y a
los edificios. ¿Te rindes? No. A la carga. Caballos, perros, culebrinas,
falconetes, ballestas, arcabuces, mosquetes, espadas, puñales, dagas y lanzas;
contra arcos, flechas, macanas, porras y lanzaderas.
Tenochtitlán
pierde el mínimo necesario para soportar el asedio; los pueblos que le proveían
comida ahora son parte de sus enemigos y el acueducto que va de Chapultepec
hasta la ciudad, único surtidor de agua dulce, es destruido. En las noches,
cada vez son menos las canoas que llegan con bastimentos miserables: agua
potable, quelites, capulines, tortillas y tunas. Sahagún narra: “bebían del
agua salada y hedionda, comían ratones y lagartijas, y cortezas de árboles, y
otras cosas comestibles y de esta causa enfermaron y murieron muchos”.
Cortés sabe que está destruyendo lo que él mismo llegó a
jurar como la ciudad más hermosa del mundo, o al menos de su mundo antes visto.
El barrio de Tlatelolco es el último reducto. El 12 de
agosto, al mando de Pedro de Alvarado, se origina una masacre, era casi
imposible dar un paso sin pisar cadáveres y cuerpos despedazados. A pesar de la
hecatombe la artillería sigue disparando y los soldados destrozan a los
habitantes. Cortés escribe: <>.
Concluye el
mundo de los antiguos mexicanos. Inicia Nueva España.
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